Probablemente uno de los potenciales más altos de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) sea su capacidad de establecer relaciones sistémicas para abordar diversos problemas de desarrollo. Y esta respuesta no sólo le compete a las empresas, sino que también a otras organizaciones civiles y públicas. En este contexto, las medidas de la RSC perfectamente se pueden acoplar con otro tipo de demandas, más allá del modelo económico convencional, sin necesidad de atentar contra los objetivos y las libertades de éste. Estamos hablando del compromiso que han desarrollado algunas empresas, ONGs y entidades estatales en torno a la denominada “economìa de la solidaridad”, la cual se ha venido implementando con mayor fuerza en los últimos anos en Europa y algunas partes de América Latina, donde Chile no ha sido la excepción.
La literatura econòmica diò a luz este concepto en 1980, que implica una idea completamente distinta a lo que actualmente se entiende por solidaridad. En el mundo contemporàneo la solidaridad se asocia con una idea filantropista respecto a la cooperaciòn, bajo la lògica de “te regalo un pescado, pero no te enseno a pescar”. Como sabemos, este problema todavìa afecta las pràcticas de RSC en el paìs, razòn por la cual destacaremos el aporte de algunas experiencias en el campo de la “economìa solidaria”, comprendida como una organizaciòn enfocada a una productividad asociativa y cooperativa con fines comerciales sustentables y que muestran un alto impacto social.
Los autores del concepto hablan del mètodo de la “C” para identificar estas dinàmicas econòmicas: cooperaciòn, coordinaciòn, colaboraciòn, comunidad y capaidad, entre otras. Lo màs importante es que el aporte de la RSC como un factor integrador del saber fragmentado que opera en la microeconomìa no es menor. Existen mùltiples casos exitosos en el desarrollo de este modelo de pequena escala, donde las organizaciones econòmicas de caràcter empresarial, estatal o civiles han movilizado recursos que despuès son decididos y gestionados por las propias comunidades en determinados negocios o circuitos comerciales acotados a un territorio.
España es uno de los países de origen latino que presenta una mayor cantidad de experiencia en el tema, a travès del establecimiento de una red econòmica en toda la penìnsula, donde se han materializado importantes logros como la creaciòn de una banca ètica para el financiamiento de productos, la inclusiòn de clàusulas sociales en las licitaciones pùblicas, la publicaciòn de indicadores de auditorìa social en organizaciones no lucrativas o la realizaciòn de programas de reinserciòn laboral por parte de asociaciones civiles.
Desde el punto de vista empresarial se han obtenido valiosos resultados, especialmente por parte de las pequenas y medianas empresas, en lo que se conoce como las “franquicias solidarias”. Este concepto implica una forma de distribuciòn y/o comercializaciòn de un servicio-producto, en la cual la empresa franquiciante ofrece la marca para los interesados en utilizar la marca con la condiciòn de destinar una cuota permanente de sus ganancias al financiamiento de proyectos productivos autosustentables en comunidades de lllamdo tercer mundo que tambièn, sobre esta base concreta, tienen posibilidades de insertarse en redes de comercio locales y hasta internacionales.
Un ejemplo de buen funcionamiento es el caso de la franquicia “The Body Shop” en Espana, cuya red de ventas de productos cosmèticos estableciò el programa de comercio justo “ayudar comerciando”, en el cual se adquieren ingredientes de alta calidad para sus productos, provenientes de treinta comunidades esparcidas en 23 paìses, contribuyendo a la sustentabilidad de èstas. Italia tambièn presenta el caso de la franquicia “ZYP”, una cadena de sartrerìa destinada al pequeno comerciante que opera en los barrios populares de Roma. Al comprar la franquicia, cada asociado a esta red de negocios debe otorgar cien euros mensuales a proyectos productivos en paìses de Africa y Asia.
El sistema de franquicias solidarias tambièn está dando pasos sostenidos en Argentina, donde se formó la Asociaciòn de Franquicias Solidarias, como brazo social del sector con el objetivo de promover la responsabilidad social entre las empresas agrupadas. En Chile, lamentablemente, este espacio de RSC no resulta atractivo para las grandes corporaciones, pero se ha fragmentado bastante bien en la sociedad civil, a nivel microeconómico. En este sentido, se destaca la franquicia de comercio minorista “Mediterràneo” con una cadena de tiendas de ropa ecológica y la planta de clasificación textil que busca la inserción laboral de segmentos desprotegidos.
Nuevamente, una de las principales piedras de tope en el desarrollo de la RSC dentro del país es la visión reduccionista del fenómeno, puesto que aùn se mira desde la óptica filantrópica y del marketing respionsable, cuando es un fenómeno más complejo, sistémico, integrador y que apunta al desarrollo de proyectos concretos en el mediano y largo plazo. Para insertarse con mayor fuerza en las tendencias internacionales de la RSC, las grandes Coporaciones chilenas deben extender las dimensiones reales hacia el desarrollo sustentable (además del factor medio ambiental, se incluyen las variables del desarrollo productivo y social de las comunidades); el consumo consciente (apoyo sostenido en la oferta informativa a los consumidores), y el comercio justo (con las formas prácticas que comprende, como las franquicias solidarias).
La profundizaciòn del concepto de la RSC hacia estos otros ámbitos sòlo puede enriquecer el potencial aporte del sector privado en las cadenas del emprendimiento y en las sustentabilidad social, sin constituir un obstáculo para el desarrollo en conjunto de la economìa chilena.
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