lunes, 20 de septiembre de 2010

La oferta de productos éticos: Otro tipo de RSC

 


Al estudiar los alcances de la Responsabilidad Social Corporativa debemos considerar su primer elemento característico: es un concepto amplio que hace referencia a una multiplicidad de enfoques acerca del comportamiento socialmente responsable, particularmente en el ámbito microeconómico. Su campo de acción no discrimina a las empresas de acuerdo a su dimensión productiva y comercial. Sobre esta base, debemos reconocer que los mayores impactos sociales de la RSC no sólo apuntan a mejorar la competitividad de las empresas desde un punto de vista convencional, sino que el comportamiento socialmente responsable también pretende incentivar la cooperación de éstas entre los distintos actores microeconómicos.
En este contexto, nos concentraremos en el desarrollo de la llamada "economía responsable", también conocida como "la otra economía", "economía alternativa" o "consumo sustentable". La materia prima de esta tipo de iniciativa es la nueva concepción desarrollada por los consumidores que perciben la producción ética como el verdadero valor agregado que entregan los productores y empresas comercializadores. Esta idea es retroalimentada por la incipiente oferta de "productos éticos" que poco a poco se abre paso en Chile, más allá del escaso conocimiento sobre el tema.
Este es el motivo por el que nos concentraremos en los resultados del estudio "Oferta de productos y servicios éticos en Chile: Dimensiones y Perspectivas de un Fenómeno en Expansión", desarrollado por la Fundación Ciudadano Responsable y el Programa de ética empresarial de la Universidad Alberto Hurtado. Publicado en noviembre pasado, la investigación logró identificar a 344 organizaciones dedicadas a la "producción responsable" a lo largo del país.
Demostrando ser una expresión de RSC, los "productores éticos" se identifican con tres pilares estratégicos en su gestión: el desarrollo social, ambiental y sustentable. El primero de ellos considera las condiciones laborales justas, capacitación a los trabajadores, precios bajos a los consumidores, aportes a la comunidad y una comercialización más simétrica con los demás actores. El segundo aspecto toma en cuenta el impacto ambiental en la producción y comercialización de estos productos, como el uso sustentable de recursos naturales, la eficiencia energética y hasta un adecuado trato a los animales. El último ámbito es la interrelación entre la dimensión social y ambiental, donde se materializan proyectos vinculados al turismo.
Pero los resultados entregan dos nuevos importantes factores que son considerados por estas organizaciones como elementos constitutivos de la RSC. Uno es el rescate que pretenden ejercer los productores con las tradiciones culturales locales, asociándolas con un valor ético. El otro es la profundización de la "Accountability", entendida como el incremento de los instrumentos de control e información desde las empresas hacia los demás stakeholders. En este sentido, existe en el sector la convicción de que las empresas pequeñas presentan un mayor grado de eticidad puesto que están en condiciones de monitorear sus productos de forma más directa.
La oferta de productos éticos en Chile se concentra en el sector orgánico (44%), seguido de otros "circuitos" como el uso sustentable de recursos naturales (33%), y el comercio justo (9%). Entre los principales actores encargados de generar esta oferta están los productores directos y empresas manufactureras que se llevan el 70% de la torta. Cuando se habla de manufactureras debemos considerar a la producción artesanal e industrial no masiva, especialmente a las cooperativas "que se unen para alcanzar mayores niveles de rentabilidad en la comercialización de sus productos o promover el rescate de tradiciones propias de su actividad" (Pág. 30).
El estudio saca a la luz el trabajo combinado de las cooperativas y otras organizaciones de mayor envergadura que apadrinan a las cooperativas en la promoción de sus productos. En estos casos podemos mencionar el rol jugado por la Red de Comercio Justo del Sur, entidades públicas como Sercotec y fundaciones comercializadoras sin fines de lucro. También existen empresas con fines de lucro que comercializan estos productos debido a las nuevas oportunidades de negocio que aprecian en los consumidores. Ello demuestra que la factibilidad de la economía responsable no es una quimera, sino que efectivamente nos revela nuevos espacios para la RSC, que van más allá del marketing responsable tal como lo conocemos, pues aquí entra a operar el concepto más refractario a las modernas técnicas de marketing: La trazabilidad social por parte de consumidores, productores y una organizada red comercializadora.
Como vemos, es el principio del trabajo en grupo a pequeña escala el que muestra los frutos más efectivos en materia de RSC dentro del campo microeconómico, con un impacto social limitado, pero de grandes perspectivas de reproducción para el emprendimiento social. Y es que, cuando la motivación es estrictamente social se pueden mostrar resultados de alto beneficio comunitario. Ello puede ser visto como un modelo para la producción a grande escala que aún presenta una notable distancia con las crecientes exigencias de los consumidores más activos en este tema, los cuales ya no pueden ser considerados como una minoría, sino como un segmento relevante del mercado chileno.
Las grandes empresas también están en condiciones de imitar el ejemplo de la producción orgánica que no se ha alejado de sus parámetros de producción, reconvirtiendo sus procesos productivos sin necesidad de sacrificar los beneficios económicos y sociales, como prematuramente lo ha aceptado el sentido común de aquellas empresas reticentes a llevar a cabo al 100% la RSC. De hecho, la producción orgánica de vinos en el país muestra una sustentabilidad en el largo plazo desde 1986 y sus resultados ya están siendo publicados en los reportes de RSC o Balances Sociales.
El desarrollo del mercado nacional de productos responsables va a paso lento, pero seguro. Una de sus catapultas ha sido aceptar a la cooperación como un elemento de valor agregado y no como un factor de riesgo asociado a los balances de contabilidad convencionales que, en este sentido, se están convirtiendo en los verdaderos cuellos de botellas para el avance de la RSC.


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